REINTERPRETANDO LA MUJER MORENA

A principios del año 2010, Wonders presentaba la campaña primavera-verano Made with love in spain   , basada en el amor y la producción en territorio nacional. Ahora, la firma de calzado alicantina refuerza su posicionamiento con una campaña que toma como base la obra de Julio Romero de Torres, considerado el pintor del alma de España y, donde reinterpretaba dos de sus obras.



Dos interpretaciones contemporáneas de los cuadros ‘La Chiquita Piconera’ y ‘Diana’  rinden homenaje al también denominado pintor de la mujer española, y a su particular universo, lleno de misterio, alma y sensualidad.
La sesión fotográfica se realizó en Bruselas bajo la dirección del fotógrafo Pascal Habousha, quien trabajó con la premisa de diluir las fronteras entre fotografía y pintura. Al igual que la anterior, la campaña ha corrido a cargo de la agencia alicantina Imaginarte.


 
Diana, 1924






Chiquita piconera

Ya ni recuerdo cómo son los claveles que le quería regalar a la mujer morena. Ya ni recuerdo cómo era amar a una mujer morena. Quizá sea como amar a una mujer, sin más.
Puede. Pero la mujer morena gravita de una forma tan diferente. Se diría que su mirar pesa. Se diría que sus cabellos negros se abren sobre ti y amenazan engullirte. Se diría que el pozo de sus ojos te atrae, y te hace desear la negra muerte.
La mujer morena. ¿Por qué tanta pena? ¿Por qué tal desolación? ¿Qué es eso que ningún afeite, que ningún encaje, que ningún satén puede ocultar, y que te hace tan atrozmente deseable?

REINTERPRETANDO LA MUJER MORENA

A principios del año 2010, Wonders presentaba la campaña primavera-verano Made with love in spain   , basada en el amor y la producción en territorio nacional. Ahora, la firma de calzado alicantina refuerza su posicionamiento con una campaña que toma como base la obra de Julio Romero de Torres, considerado el pintor del alma de España y, donde reinterpretaba dos de sus obras.



Dos interpretaciones contemporáneas de los cuadros ‘La Chiquita Piconera’ y ‘Diana’  rinden homenaje al también denominado pintor de la mujer española, y a su particular universo, lleno de misterio, alma y sensualidad.
La sesión fotográfica se realizó en Bruselas bajo la dirección del fotógrafo Pascal Habousha, quien trabajó con la premisa de diluir las fronteras entre fotografía y pintura. Al igual que la anterior, la campaña ha corrido a cargo de la agencia alicantina Imaginarte.


 
Diana, 1924






Chiquita piconera

Ya ni recuerdo cómo son los claveles que le quería regalar a la mujer morena. Ya ni recuerdo cómo era amar a una mujer morena. Quizá sea como amar a una mujer, sin más.
Puede. Pero la mujer morena gravita de una forma tan diferente. Se diría que su mirar pesa. Se diría que sus cabellos negros se abren sobre ti y amenazan engullirte. Se diría que el pozo de sus ojos te atrae, y te hace desear la negra muerte.
La mujer morena. ¿Por qué tanta pena? ¿Por qué tal desolación? ¿Qué es eso que ningún afeite, que ningún encaje, que ningún satén puede ocultar, y que te hace tan atrozmente deseable?

REINTERPRETANDO LA MUJER MORENA

A principios del año 2010, Wonders presentaba la campaña primavera-verano Made with love in spain   , basada en el amor y la producción en territorio nacional. Ahora, la firma de calzado alicantina refuerza su posicionamiento con una campaña que toma como base la obra de Julio Romero de Torres, considerado el pintor del alma de España y, donde reinterpretaba dos de sus obras.


LA MUJER MORENA

[gracia.jpg] 

 “Julio Romero de Torres, pintó a la mujer morena, con sus ojos de misterio, y el alma llena de pena, puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora...” 

Ofrenda


                                                             El baño de la colegiala
El artista cordobés pintó numerosas figuras femeninas, mujeres morenas de misteriosa y profunda mirada que escandalizaron en su época, debido a la carga erótica que ofrecía su semidesnudez. En su mirada hay una ocultación del deseo, al mismo tiempo, que provocan una intensa sensación de ardor y erotismo. Son figuras ensimismadas, encerradas por su propia pasión, alegorías de la sensualidad y del pecado.


La pintura de Julio Romero es particularísima. Supone el resurgir de la pintura italiana del renacimiento, en su forma y métodos y en su afán de hacer de cada cuadro, como hace Botticelli, un talismán de fuerzas psíquicas y espirituales. De atrapar la esencia, el alma y fijarla en el lienzo. Su maestro indiscutible es Leonardo da Vinci, paradigma del Renacimiento. De él, el tratamiento de los fondos, que parecen surgir del mundo de los sueños, en su poética artificiosidad. Los fondos de sus cuadros refuerzan el simbolismo del tema. Son paisajes desmaterializados para la íntima vivencia del que mire el cuadro. De Leonardo también lo magistral de la línea y el contorno de las figuras que aparecen en primer plano; los perfiles pierden su dureza sin que se eliminen los contrastes. El esfumado, que evoca sin duda la vida de los sentidos como en una caverna, la que Platón describe en “La República”. 

  La venus Grande. 


La morbidez de sus desnudos, carne y sangre en la realidad; tierra y carmín en el lienzo. En cómo resbala la luz sobre carnes y ropajes. Son propios e indiscutibles suyos la asociación de mística y erotismo, de elevación y sensualidad, el hondo, casi abisal psiquismo de sus mujeres. La pena negra que corre a través de sus cuadros como aguas profundas, cuando no estancadas. Es de Julio Romero, sólo de él, el personalísimo registro de su paleta. El énfasis que hace en la elección de temas de cante hondo. Para entender su pintura hay que hacerlo a través del cante hondo. Y es que Julio Romero de Torres, antes de afirmarse en su vocación de pintor, a punto estuvo de hacerlo de cantaor flamenco:
En Magdalena de 1920,  los ojos de la modelo tienen una mirada misteriosa. Su postura es relajada, reposa sobre un ánfora de cobre, proporcionando sensación de serenidad .


Naranjas y limones (1928), representa a una joven que lleva entre sus pechos desnudos un puñado de naranjas. Sus ojos, que producen una intensa sensación de misterio, hacen que su mirada posea una enorme carga psicológica. Es una obra de gran erotismo.Estamos en el momento de plena madurez de Julio Romero de Torres (1928) que nos ofrece ahora una obra que rebosa erotismo. Se trata de un estudio de Asunción Boué que lleva, entre sus pechos desnudos, un puñado de naranjas.
En momento la obra fue sentida como una auténtica provocación por los elementos más reaccionarios de la sociedad. Se trataba, realmente, de una exaltación clara de la vida y de la sensualidad en unos momentos en que el pintor había dado señales de estar padeciendo una grave dolencia que afectaba a su hígado y sus pulmones.
Como fondo de la obra se nos brinda la imagen de un patio en el que junto a un naranjo se distinguen diversas macetas y restos de antiguos capiteles.


foto

Detalle del Retablo del amor, 1910 




LA MUJER MORENA

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 “Julio Romero de Torres, pintó a la mujer morena, con sus ojos de misterio, y el alma llena de pena, puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora...” 

Ofrenda


                                                             El baño de la colegiala
El artista cordobés pintó numerosas figuras femeninas, mujeres morenas de misteriosa y profunda mirada que escandalizaron en su época, debido a la carga erótica que ofrecía su semidesnudez. En su mirada hay una ocultación del deseo, al mismo tiempo, que provocan una intensa sensación de ardor y erotismo. Son figuras ensimismadas, encerradas por su propia pasión, alegorías de la sensualidad y del pecado.


La pintura de Julio Romero es particularísima. Supone el resurgir de la pintura italiana del renacimiento, en su forma y métodos y en su afán de hacer de cada cuadro, como hace Botticelli, un talismán de fuerzas psíquicas y espirituales. De atrapar la esencia, el alma y fijarla en el lienzo. Su maestro indiscutible es Leonardo da Vinci, paradigma del Renacimiento. De él, el tratamiento de los fondos, que parecen surgir del mundo de los sueños, en su poética artificiosidad. Los fondos de sus cuadros refuerzan el simbolismo del tema. Son paisajes desmaterializados para la íntima vivencia del que mire el cuadro. De Leonardo también lo magistral de la línea y el contorno de las figuras que aparecen en primer plano; los perfiles pierden su dureza sin que se eliminen los contrastes. El esfumado, que evoca sin duda la vida de los sentidos como en una caverna, la que Platón describe en “La República”. 

  La venus Grande. 


La morbidez de sus desnudos, carne y sangre en la realidad; tierra y carmín en el lienzo. En cómo resbala la luz sobre carnes y ropajes. Son propios e indiscutibles suyos la asociación de mística y erotismo, de elevación y sensualidad, el hondo, casi abisal psiquismo de sus mujeres. La pena negra que corre a través de sus cuadros como aguas profundas, cuando no estancadas. Es de Julio Romero, sólo de él, el personalísimo registro de su paleta. El énfasis que hace en la elección de temas de cante hondo. Para entender su pintura hay que hacerlo a través del cante hondo. Y es que Julio Romero de Torres, antes de afirmarse en su vocación de pintor, a punto estuvo de hacerlo de cantaor flamenco:
En Magdalena de 1920,  los ojos de la modelo tienen una mirada misteriosa. Su postura es relajada, reposa sobre un ánfora de cobre, proporcionando sensación de serenidad .


Naranjas y limones (1928), representa a una joven que lleva entre sus pechos desnudos un puñado de naranjas. Sus ojos, que producen una intensa sensación de misterio, hacen que su mirada posea una enorme carga psicológica. Es una obra de gran erotismo.Estamos en el momento de plena madurez de Julio Romero de Torres (1928) que nos ofrece ahora una obra que rebosa erotismo. Se trata de un estudio de Asunción Boué que lleva, entre sus pechos desnudos, un puñado de naranjas.
En momento la obra fue sentida como una auténtica provocación por los elementos más reaccionarios de la sociedad. Se trataba, realmente, de una exaltación clara de la vida y de la sensualidad en unos momentos en que el pintor había dado señales de estar padeciendo una grave dolencia que afectaba a su hígado y sus pulmones.
Como fondo de la obra se nos brinda la imagen de un patio en el que junto a un naranjo se distinguen diversas macetas y restos de antiguos capiteles.


foto

Detalle del Retablo del amor, 1910 




LA MUJER MORENA

[gracia.jpg] 

 “Julio Romero de Torres, pintó a la mujer morena, con sus ojos de misterio, y el alma llena de pena, puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora...” 

Ofrenda


                                                             El baño de la colegiala
El artista cordobés pintó numerosas figuras femeninas, mujeres morenas de misteriosa y profunda mirada que escandalizaron en su época, debido a la carga erótica que ofrecía su semidesnudez. En su mirada hay una ocultación del deseo, al mismo tiempo, que provocan una intensa sensación de ardor y erotismo. Son figuras ensimismadas, encerradas por su propia pasión, alegorías de la sensualidad y del pecado.


SEXO Y PODER: HUACOS EROTICOS

La gran cultura Moche o Mochica, fusión de las culturas Cupisnique, Salinar y Virú; tiene registros entre los siglos I  y VII d. C., ocupando un territorio que se extendió en gran parte de la costa norte del Perú, abarcando los actuales departamentos de Ancash, Lambayeque y La Libertad, en los valles de Chicama, Viru y Moche. La cultura Mochica produjo la cerámica mas escultórica de América precolombina. Hombres, divinidades, animales, plantas y complejas escenas de la vida diaria, fueron representadas en rojo sobre crema, aunque excepcionalmente usaron algunos tonos en color naranja y muy pocos en negro ahumado transparente.
 Para la cosmovisión Mochica  la sexualidad era parte de su vida cotidiana, ella les permitía entrar en contacto con la naturaleza creadora de vida; es así que en su cerámica representaron diversas escenas de su actividad sexual. Los primeros  hallazgos con estos motivos fueron elaborados por las culturas Virú y Salinar entre los años 500 y 800 a.C., posteriormente reaparecen y alcanzan su mayor apogeo en el auge de la cultura Mochica.

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Diversos analistas coinciden en que aparentemente este arte erótico no muestra un proceso que necesariamente conduce a la reproducción.  Entre los muchos actos representados por los artesanos mochica, destacan además de las escenas copulatorias heterosexuales, diversas formas de  masturbación, felación y sodomía homosexual.  También existen algunos huacos antropofálicos y vulvomorfos, en muchos de estos huacos destacan especialmente los clítoris y los falos exagerados en tamaño, adquiriendo  un aura de poder y dominación; por lo que se podría deducir que esta cultura veía al sexo no solo desde la perspectiva  reproductiva, sino también  como una fuente de placer.
 Estas representaciones sexuales no sólo están referidas a los hombres, también abarcan el mundo animal y vegetal con diversidad de representaciones de sapos, ranas, perros y ardillas. Probablemente busquen un equilibrio cosmogónico basado en una idea central de reproducción o fertilidad, de la cual ni los hombres, ni los animales ni las plantas, están exentos. Rebeca Carrión C. en “La religión en el antiguo Perú” dice que “fueron inspirados por el anhelo vital del indio de obtener abundancia de alimentos de su actividad básica, la agricultura”.
 Si se capturaba la imagen de los dioses en el  acto sexual, fiel correspondencia y similitud del acto humano, se estaría invocando los consecuentes beneficios de esta acción como la fertilización de la diosa tierra mediante las lluvias enviadas por el dios del cielo o  dios sol, ambos personificados como mujer y como varón.

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 El sexo en el antiguo Perú tuvo clara relación con la fecundidad de la tierra. Federico Kauffman-Doig afirma que “la sexualidad humana y la sexualidad en la naturaleza fue elevada, por así decirlo, a las esferas divinas… No había un dios asexuado, sino una pareja divina, macho y hembra”. Los huacos eróticos fueron parte importante en este ritual de  magia simpática abocada a la procreación y la abundancia.
 El ingeniero y arqueólogo trujillano, Rafael Larco Hoyle (1901- 1966)  fue  quien estudió en detalle  la arquitectura, la sexualidad, las ceremonias, la religiosidad, el arte, y las costumbres de la cultura Mochica. En 1926 fundo un primer Museo en la Hacienda Chiclín, localizada en Trujillo, Perú. En 1958  trasladó la colección de casi 45.000 piezas, desde Trujillo a Lima e instaló el Museo Rafael Larco Herrera que actualmente cuenta con espacios de exhibición organizados temáticamente. En la “sala erótica” se exponen las ofrendas rituales con motivos sexuales.
 Durante muchos años, hasta pasados los mediados del siglo veinte, estos huacos eróticos apenas eran vistos por científicos y estudiosos locales y extranjeros. La ignorancia y los prejuicios hacían suponer  que estos huacos eran  pornográficos por su temática sexual tan explicita. Habría que sumar a este contexto el poder de censura  que la iglesia católica aún ejercía por aquellos años.

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SEXO Y PODER: HUACOS EROTICOS

La gran cultura Moche o Mochica, fusión de las culturas Cupisnique, Salinar y Virú; tiene registros entre los siglos I  y VII d. C., ocupando un territorio que se extendió en gran parte de la costa norte del Perú, abarcando los actuales departamentos de Ancash, Lambayeque y La Libertad, en los valles de Chicama, Viru y Moche. La cultura Mochica produjo la cerámica mas escultórica de América precolombina. Hombres, divinidades, animales, plantas y complejas escenas de la vida diaria, fueron representadas en rojo sobre crema, aunque excepcionalmente usaron algunos tonos en color naranja y muy pocos en negro ahumado transparente.
 Para la cosmovisión Mochica  la sexualidad era parte de su vida cotidiana, ella les permitía entrar en contacto con la naturaleza creadora de vida; es así que en su cerámica representaron diversas escenas de su actividad sexual. Los primeros  hallazgos con estos motivos fueron elaborados por las culturas Virú y Salinar entre los años 500 y 800 a.C., posteriormente reaparecen y alcanzan su mayor apogeo en el auge de la cultura Mochica.

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Diversos analistas coinciden en que aparentemente este arte erótico no muestra un proceso que necesariamente conduce a la reproducción.  Entre los muchos actos representados por los artesanos mochica, destacan además de las escenas copulatorias heterosexuales, diversas formas de  masturbación, felación y sodomía homosexual.  También existen algunos huacos antropofálicos y vulvomorfos, en muchos de estos huacos destacan especialmente los clítoris y los falos exagerados en tamaño, adquiriendo  un aura de poder y dominación; por lo que se podría deducir que esta cultura veía al sexo no solo desde la perspectiva  reproductiva, sino también  como una fuente de placer.
 Estas representaciones sexuales no sólo están referidas a los hombres, también abarcan el mundo animal y vegetal con diversidad de representaciones de sapos, ranas, perros y ardillas. Probablemente busquen un equilibrio cosmogónico basado en una idea central de reproducción o fertilidad, de la cual ni los hombres, ni los animales ni las plantas, están exentos. Rebeca Carrión C. en “La religión en el antiguo Perú” dice que “fueron inspirados por el anhelo vital del indio de obtener abundancia de alimentos de su actividad básica, la agricultura”.
 Si se capturaba la imagen de los dioses en el  acto sexual, fiel correspondencia y similitud del acto humano, se estaría invocando los consecuentes beneficios de esta acción como la fertilización de la diosa tierra mediante las lluvias enviadas por el dios del cielo o  dios sol, ambos personificados como mujer y como varón.

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 El sexo en el antiguo Perú tuvo clara relación con la fecundidad de la tierra. Federico Kauffman-Doig afirma que “la sexualidad humana y la sexualidad en la naturaleza fue elevada, por así decirlo, a las esferas divinas… No había un dios asexuado, sino una pareja divina, macho y hembra”. Los huacos eróticos fueron parte importante en este ritual de  magia simpática abocada a la procreación y la abundancia.
 El ingeniero y arqueólogo trujillano, Rafael Larco Hoyle (1901- 1966)  fue  quien estudió en detalle  la arquitectura, la sexualidad, las ceremonias, la religiosidad, el arte, y las costumbres de la cultura Mochica. En 1926 fundo un primer Museo en la Hacienda Chiclín, localizada en Trujillo, Perú. En 1958  trasladó la colección de casi 45.000 piezas, desde Trujillo a Lima e instaló el Museo Rafael Larco Herrera que actualmente cuenta con espacios de exhibición organizados temáticamente. En la “sala erótica” se exponen las ofrendas rituales con motivos sexuales.
 Durante muchos años, hasta pasados los mediados del siglo veinte, estos huacos eróticos apenas eran vistos por científicos y estudiosos locales y extranjeros. La ignorancia y los prejuicios hacían suponer  que estos huacos eran  pornográficos por su temática sexual tan explicita. Habría que sumar a este contexto el poder de censura  que la iglesia católica aún ejercía por aquellos años.

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SEXO Y PODER: HUACOS EROTICOS

La gran cultura Moche o Mochica, fusión de las culturas Cupisnique, Salinar y Virú; tiene registros entre los siglos I  y VII d. C., ocupando un territorio que se extendió en gran parte de la costa norte del Perú, abarcando los actuales departamentos de Ancash, Lambayeque y La Libertad, en los valles de Chicama, Viru y Moche. La cultura Mochica produjo la cerámica mas escultórica de América precolombina. Hombres, divinidades, animales, plantas y complejas escenas de la vida diaria, fueron representadas en rojo sobre crema, aunque excepcionalmente usaron algunos tonos en color naranja y muy pocos en negro ahumado transparente.
 Para la cosmovisión Mochica  la sexualidad era parte de su vida cotidiana, ella les permitía entrar en contacto con la naturaleza creadora de vida; es así que en su cerámica representaron diversas escenas de su actividad sexual. Los primeros  hallazgos con estos motivos fueron elaborados por las culturas Virú y Salinar entre los años 500 y 800 a.C., posteriormente reaparecen y alcanzan su mayor apogeo en el auge de la cultura Mochica.

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EL EROS BIBLICO Y EL ARTE II

Los reyes de Israel fueron grandes héroes que, como el dios griego Zeus, dejaban desatadas sus pasiones con toda clase de historias adúlteras. La Biblia recoge el relato de Betsabé, hermosa esposa de Urías, de la cual queda el rey David tan enamorado que no sólo comete adulterio sino que asesina a Urías también en un intento desesperado por poseer totalmente a Betsabé.

 
Dos obras del italiano Guercino (1591-1666)  Amnón y Tamar. José y la mujer de Putifar

Mucho antes, se cuenta en el Génesis además, la historia de Judá -hijo de Jacob-. Éste tuvo tres hijos, Er, Onán y Selat. El primero se casó con la bella Tamar, falleciendo aquél antes de tener su primer hijo. Según la tradición judía la mujer del hijo fallecido debía casarse con el hermano para continuar el frustrado destino familiar emprendido. Pero Onán, conocedor de la ley que le impedía reconocer los hijos que tuviese con Tamar como suyos, se negó a yacer con ella. De ahí proviene el onanismo o la práctica de eyacular solo, o sin sentido. Así que como el otro hijo aún era pequeño Tamar tomó la decisión de seducir a su suegro sin que éste lo supiese, pasándose por una concubina, y, por fín, conseguir de este modo quedarse embarazada otra vez, además, de ese linaje.
Otra Tamar de la Biblia fue la hermosa y bella hija del rey David y Maacá. Su hermanastro Amnón, el hijo que David tuvo con su otra esposa Ahinoam,  no pudo evitar la pasión que sentía por su hermanastra Tamar. Así que, ya que no pudo poseerla, la forzó atrayéndola a sus habitaciones donde acabó violándola. La leyenda de José, hijo también de Jacob, nos trae otra historia de pasión incontenida. Cuando José es secuestrado por sus hermanos y desterrado a Egipto consigue, gracias a sus habilidades adivinatorias y buen juicio, trabajar para Putifar, un alto funcionario de la corte. Pero, la esposa de éste siente por José un deseo irresistible que le lleva a obligarlo a estar con ella. Aquí, la determinación de José le supone la cárcel, sin embargo su providencialismo le ayudará a salir, incluso resarcido. Y así continúa el bíblico relato hasta llegar cerca del nacimiento de Jesús, cuando Herodes Antipas (20 a.C- 41 d.C.), el tetrarca de Galilea, siente una cruel y despiada atracción por la hija de su mujer Herodías, Salomé.


El Eros bíblico y el Arte, o la sutil y bella forma de sublimar el deseo.  Cuadro del pintor prerrafaelita John Collier (1850-1934), Lilith

Sólo ya quedan Adán y Eva, los únicos que fueron manipulados en su deseo; probablemente no querían sufrirlo, y aun si se deseaban con pasión, estaban llevando a cabo tan sólo el designio de su especie. Pero, algo les trastornó, algo ajeno a ambos les hizo traicionar su destino placentero, natural y sosegado. Sólo ellos son los que tuvieron que pagar por algo que no surgió de su propia determinación. La simbología imaginaria los representa con la reptil sierpe que los maneja; aunque también Lilith, según otras versiones, fue la culpable de que la pareja estable, tranquila, satisfecha y compenetrada fuese al fin desterrada, marginada, ultrajada, condenada y despojada del paraíso en el que vivían. Pero, en verdad ¿sólo fue así, o quizá alguno verdaderamente lo quiso?  

   El Eros bíblico y el Arte, o la sutil y bella forma de sublimar el deseo.   El Eros bíblico y el Arte, o la sutil y bella forma de sublimar el deseo.
 Cuadro del pintor francés Vernet (1789-1863) Tamar y Judá; Cuadro del pintor Franz von Stuck, Salomé.
 

EL EROS BIBLICO Y EL ARTE II

Los reyes de Israel fueron grandes héroes que, como el dios griego Zeus, dejaban desatadas sus pasiones con toda clase de historias adúlteras. La Biblia recoge el relato de Betsabé, hermosa esposa de Urías, de la cual queda el rey David tan enamorado que no sólo comete adulterio sino que asesina a Urías también en un intento desesperado por poseer totalmente a Betsabé.

 
Dos obras del italiano Guercino (1591-1666)  Amnón y Tamar. José y la mujer de Putifar

Mucho antes, se cuenta en el Génesis además, la historia de Judá -hijo de Jacob-. Éste tuvo tres hijos, Er, Onán y Selat. El primero se casó con la bella Tamar, falleciendo aquél antes de tener su primer hijo. Según la tradición judía la mujer del hijo fallecido debía casarse con el hermano para continuar el frustrado destino familiar emprendido. Pero Onán, conocedor de la ley que le impedía reconocer los hijos que tuviese con Tamar como suyos, se negó a yacer con ella. De ahí proviene el onanismo o la práctica de eyacular solo, o sin sentido. Así que como el otro hijo aún era pequeño Tamar tomó la decisión de seducir a su suegro sin que éste lo supiese, pasándose por una concubina, y, por fín, conseguir de este modo quedarse embarazada otra vez, además, de ese linaje.
Otra Tamar de la Biblia fue la hermosa y bella hija del rey David y Maacá. Su hermanastro Amnón, el hijo que David tuvo con su otra esposa Ahinoam,  no pudo evitar la pasión que sentía por su hermanastra Tamar. Así que, ya que no pudo poseerla, la forzó atrayéndola a sus habitaciones donde acabó violándola. La leyenda de José, hijo también de Jacob, nos trae otra historia de pasión incontenida. Cuando José es secuestrado por sus hermanos y desterrado a Egipto consigue, gracias a sus habilidades adivinatorias y buen juicio, trabajar para Putifar, un alto funcionario de la corte. Pero, la esposa de éste siente por José un deseo irresistible que le lleva a obligarlo a estar con ella. Aquí, la determinación de José le supone la cárcel, sin embargo su providencialismo le ayudará a salir, incluso resarcido. Y así continúa el bíblico relato hasta llegar cerca del nacimiento de Jesús, cuando Herodes Antipas (20 a.C- 41 d.C.), el tetrarca de Galilea, siente una cruel y despiada atracción por la hija de su mujer Herodías, Salomé.


El Eros bíblico y el Arte, o la sutil y bella forma de sublimar el deseo.  Cuadro del pintor prerrafaelita John Collier (1850-1934), Lilith

Sólo ya quedan Adán y Eva, los únicos que fueron manipulados en su deseo; probablemente no querían sufrirlo, y aun si se deseaban con pasión, estaban llevando a cabo tan sólo el designio de su especie. Pero, algo les trastornó, algo ajeno a ambos les hizo traicionar su destino placentero, natural y sosegado. Sólo ellos son los que tuvieron que pagar por algo que no surgió de su propia determinación. La simbología imaginaria los representa con la reptil sierpe que los maneja; aunque también Lilith, según otras versiones, fue la culpable de que la pareja estable, tranquila, satisfecha y compenetrada fuese al fin desterrada, marginada, ultrajada, condenada y despojada del paraíso en el que vivían. Pero, en verdad ¿sólo fue así, o quizá alguno verdaderamente lo quiso?  

   El Eros bíblico y el Arte, o la sutil y bella forma de sublimar el deseo.   El Eros bíblico y el Arte, o la sutil y bella forma de sublimar el deseo.
 Cuadro del pintor francés Vernet (1789-1863) Tamar y Judá; Cuadro del pintor Franz von Stuck, Salomé.