SEXO Y PODER: HUACOS EROTICOS

La gran cultura Moche o Mochica, fusión de las culturas Cupisnique, Salinar y Virú; tiene registros entre los siglos I  y VII d. C., ocupando un territorio que se extendió en gran parte de la costa norte del Perú, abarcando los actuales departamentos de Ancash, Lambayeque y La Libertad, en los valles de Chicama, Viru y Moche. La cultura Mochica produjo la cerámica mas escultórica de América precolombina. Hombres, divinidades, animales, plantas y complejas escenas de la vida diaria, fueron representadas en rojo sobre crema, aunque excepcionalmente usaron algunos tonos en color naranja y muy pocos en negro ahumado transparente.
 Para la cosmovisión Mochica  la sexualidad era parte de su vida cotidiana, ella les permitía entrar en contacto con la naturaleza creadora de vida; es así que en su cerámica representaron diversas escenas de su actividad sexual. Los primeros  hallazgos con estos motivos fueron elaborados por las culturas Virú y Salinar entre los años 500 y 800 a.C., posteriormente reaparecen y alcanzan su mayor apogeo en el auge de la cultura Mochica.

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Diversos analistas coinciden en que aparentemente este arte erótico no muestra un proceso que necesariamente conduce a la reproducción.  Entre los muchos actos representados por los artesanos mochica, destacan además de las escenas copulatorias heterosexuales, diversas formas de  masturbación, felación y sodomía homosexual.  También existen algunos huacos antropofálicos y vulvomorfos, en muchos de estos huacos destacan especialmente los clítoris y los falos exagerados en tamaño, adquiriendo  un aura de poder y dominación; por lo que se podría deducir que esta cultura veía al sexo no solo desde la perspectiva  reproductiva, sino también  como una fuente de placer.
 Estas representaciones sexuales no sólo están referidas a los hombres, también abarcan el mundo animal y vegetal con diversidad de representaciones de sapos, ranas, perros y ardillas. Probablemente busquen un equilibrio cosmogónico basado en una idea central de reproducción o fertilidad, de la cual ni los hombres, ni los animales ni las plantas, están exentos. Rebeca Carrión C. en “La religión en el antiguo Perú” dice que “fueron inspirados por el anhelo vital del indio de obtener abundancia de alimentos de su actividad básica, la agricultura”.
 Si se capturaba la imagen de los dioses en el  acto sexual, fiel correspondencia y similitud del acto humano, se estaría invocando los consecuentes beneficios de esta acción como la fertilización de la diosa tierra mediante las lluvias enviadas por el dios del cielo o  dios sol, ambos personificados como mujer y como varón.

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 El sexo en el antiguo Perú tuvo clara relación con la fecundidad de la tierra. Federico Kauffman-Doig afirma que “la sexualidad humana y la sexualidad en la naturaleza fue elevada, por así decirlo, a las esferas divinas… No había un dios asexuado, sino una pareja divina, macho y hembra”. Los huacos eróticos fueron parte importante en este ritual de  magia simpática abocada a la procreación y la abundancia.
 El ingeniero y arqueólogo trujillano, Rafael Larco Hoyle (1901- 1966)  fue  quien estudió en detalle  la arquitectura, la sexualidad, las ceremonias, la religiosidad, el arte, y las costumbres de la cultura Mochica. En 1926 fundo un primer Museo en la Hacienda Chiclín, localizada en Trujillo, Perú. En 1958  trasladó la colección de casi 45.000 piezas, desde Trujillo a Lima e instaló el Museo Rafael Larco Herrera que actualmente cuenta con espacios de exhibición organizados temáticamente. En la “sala erótica” se exponen las ofrendas rituales con motivos sexuales.
 Durante muchos años, hasta pasados los mediados del siglo veinte, estos huacos eróticos apenas eran vistos por científicos y estudiosos locales y extranjeros. La ignorancia y los prejuicios hacían suponer  que estos huacos eran  pornográficos por su temática sexual tan explicita. Habría que sumar a este contexto el poder de censura  que la iglesia católica aún ejercía por aquellos años.

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