YO AMO A ELISABETH SIDDAL



Hacia 1850, Rossetti encuentra su ideal femenino en Elisabeth Siddal, una mujer de enigmática belleza de la que nadie hasta entonces había oído hablar. A pesar del amor que le profesaba, Rossetti le era infiel con algunas de sus modelos, como Fanny Cornforth y Annie Miller, amante a su vez de Holman Hunt. En el año 1862, los Rossetti estaban en casa con el gran poeta y rendido admirador de Dante Gabriel, Charles Algernon Swinburne y, cuando terminaron de cenar, se encontraron a Elisabeth Siddal muerta junto a un frasco de láudano. Como homenaje a su esposa, Rosseti realizó su obra Beata Beatrix. 





Esta obra se conserva en la Tate Gallery de Londres. Este cuadro evoca la primera época del Prerrafaelismo, dotada de una intención casi mística. Además, en este cuadro pudo unir sus dos grandes amores, su mujer y el poema de Dante, el poeta florentino. Beata Beatrix representa la muerte de Beatriz en el relato de Dante, Vita Nuova.
La belleza de las mujeres de Rossetti también queda patente en otros cuadros, como Bocca Baciata, que es el retrato de Fanny Cornforth, una de las muchas modelos y amantes del pintor, que repetía obsesivamente el mismo tipo de mujer característico de los cuadros de Rossetti. Y a su vez está inspirado en un cuento de Boccaccio, basado a su vez en un relato tradicional italiano: "La boca que ha sido besada no está fresca; mientras, él la recuerda como lo hizo la Luna". 


  
Las mujeres de Rossetti suelen dejar su largo cabello flotar. Sus bocas son sensuales, de largos cuellos gruesos maxilares rotundos y una mirada perdida que acentúa su valor erótico. Si alguna vez se justificaron los lugares comunes de la retórica acerca de cabelleras de fuego y labios en flor, es en los cuadros de este pintor. El gesto es esencialmente femenino, ancestral, y su exacta reiteración en las telas asombra sobremanera. Lady Lilith, que en la creencia popular judeo-babilónica es el demonio femenino, y en el Talmud, la mujer de Adán, de quien concibió multitud de demonios, reitera la misma operación con idéntica actitud. Hasta el cabello tiene el mismo movimiento, rebelde y alborotado, y presenta el mismo ángulo de inclinación del cuello y el abandono sensual a este trámite tan femenino. 

Pero la modelo de Courbet, aunque entregada, emana energía: se siente la crepitación del pelo y las pinceladas cortas y curvas, características del pintor, parecen girar sobre sí mismas y engendrar la ilusión de volumen. Con los ojos bien abiertos y un ademán acaso más vigoroso que el de su vecina, lanza una mirada melancólica, casi angustiosa; su boca declina y todo el lujo ornamental que la rodea -las plumas de pavo real, abalorios diversos, telas bordadas- la aísla, la vuelve lejana. Es una de las muchas efigies pintadas por Rossetti de su mujer y musa inspiradora, Elizabeth Siddal, otra encarnación del ideal femenino prerrafaelista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario