LOS SUEÑOS DE COURBET

En Mujer en las olas, Courbet evoca el mito de Venus nacida del mar, pero astutamente subvierte la figura de la pose, que deriva de las convenciones académicas,...


´La mujer en las olas´, de Gustavo Courbet (1868).
  
Cuenta Homero, como de madrugada los dos amantes fueron sorprendidos por el sol, que fue a contar la aventura a Hefesto.Éste preparó secretamente una trampa: se trataba de una red mágica que él solo podía accionar. Una noche en que los dos amantes se hallaban en el lecho de Afrodita, Hefesto cerró la red sobre ellos y llamó a todos los dioses del Olimpo. El espectáculo produjo en todos extremo regocijo. A ruegos de Poseidón, Hefesto consintió en retirar la red, y la diosa escapó, avergonzada, hacia Chipre,mientras Ares se dirigía a Tracia. En La mujer en las olas se hace patente, una vez más, que Courbet es uno de los pintores que mejor ha sabido expresar la sensualidad del cuerpo femenino.
s amores nacieron: Eros y
En su famoso Las amigas (1866), dos lesbianas enlazadas sobre una cama, visiblemente exhaustas después de hacer el amor, se deleita con morosa complacencia en el cuerpo rosado y caliente de la morena frente al blanco y frío de la rubia. Se trata de un cuadro de carácter sensual, propio de algunas de las obras que el autor pintó durante el Segundo Impeerio   Protagonizan el cuadro dos figuras femeninas desnudas durmiendo, que recuerdan a las figuras de diosas mitológicas de la Escuela veneciana.  Trataba un tema morboso para la época en que vivió el artista: la relación sexual entre dos mujeres. Aún es objeto de debate si se trata sólo de representar el sueño inocente de dos amigas o se trata de una obra sobre el amor lésbico.  
 El sueño. Gustave Corbet, 1866


La puesta en escena es refinada. Las mujeres están sobre una cama, enmarcada por cortinas de terciopelo azul oscuro. Se ha considerado que, por la expresión del rostro, la mujer de cabellos rubios tiene un sueño erótic. En primer plano, sobre una mesita de madera con motivos florales en la tapa, hay un cáliz y un collar de perlas roto han de interpretarse como alegorías. En efecto, el collar roto que pasa por debajo de la mujer morena, simbolizaría la falta cometida mientras que el cáliz es signo de arrepentimiento. Junto al cáliz, hay una botella azul y una jarra de cristal. Al fondo, a la derecha, hay un jarrón con flores, posible regalo de una de las amigas a la otra.
En La mujer del loro (1866), la cabellera desparramada sobre el lecho, la boca entreabierta y los dedos separados que picotea un loro agresivo y voraz se convierten en una explícita invitación sexual. Pero el erotismo aumenta en La mujer en las olas (1866), cuyos pezones son sin duda los más carnales y atractivos de toda la historia de la pintura. En cuanto a las cabelleras, vemos aquí las cuatro versiones de Jo, la bella irlandesa (Joanna Hiffermann), cuyas manos juguetean con sus rizos pelirrojos. No lejos aparece su obra más recóndita: El origen del mundo, pintado para Kahil-Bey, un diplomático otomano, y redescubierto a mitad de los años cincuenta en un anticuario por Sylvia Bataille, entonces esposa del psicoanalista Jacques Lacan (según otros testimonios sería Lacan mismo quien la compró: sobre ello, el libro de Thierry Sabatier L’origine du monde, París, 2006, es espléndido y apasionante). Este sexo femenino es hoy ya un icono de la libertad en materia sexual pintada y ha inspirado a múltiples artistas, de Picasso a Duchamp hasta los más jóvenes. Es otra delicia de la exposición, una de las obras maestras del arte del desnudo, escondido durante muchos años por el puritanismo de la época. Hoy ya cuelga del Museo de Orsay, tranquilamente, para mayor gloria de un pintor libertario y vital, y que jamás renegó de sus principios.eros, Deimo y Fobo, y Harmonía. 

 

LOS SUEÑOS DE COURBET

En Mujer en las olas, Courbet evoca el mito de Venus nacida del mar, pero astutamente subvierte la figura de la pose, que deriva de las convenciones académicas,...


´La mujer en las olas´, de Gustavo Courbet (1868).
  
Cuenta Homero, como de madrugada los dos amantes fueron sorprendidos por el sol, que fue a contar la aventura a Hefesto.Éste preparó secretamente una trampa: se trataba de una red mágica que él solo podía accionar. Una noche en que los dos amantes se hallaban en el lecho de Afrodita, Hefesto cerró la red sobre ellos y llamó a todos los dioses del Olimpo. El espectáculo produjo en todos extremo regocijo. A ruegos de Poseidón, Hefesto consintió en retirar la red, y la diosa escapó, avergonzada, hacia Chipre,mientras Ares se dirigía a Tracia. En La mujer en las olas se hace patente, una vez más, que Courbet es uno de los pintores que mejor ha sabido expresar la sensualidad del cuerpo femenino.
s amores nacieron: Eros y
En su famoso Las amigas (1866), dos lesbianas enlazadas sobre una cama, visiblemente exhaustas después de hacer el amor, se deleita con morosa complacencia en el cuerpo rosado y caliente de la morena frente al blanco y frío de la rubia. Se trata de un cuadro de carácter sensual, propio de algunas de las obras que el autor pintó durante el Segundo Impeerio   Protagonizan el cuadro dos figuras femeninas desnudas durmiendo, que recuerdan a las figuras de diosas mitológicas de la Escuela veneciana.  Trataba un tema morboso para la época en que vivió el artista: la relación sexual entre dos mujeres. Aún es objeto de debate si se trata sólo de representar el sueño inocente de dos amigas o se trata de una obra sobre el amor lésbico.  
 El sueño. Gustave Corbet, 1866


La puesta en escena es refinada. Las mujeres están sobre una cama, enmarcada por cortinas de terciopelo azul oscuro. Se ha considerado que, por la expresión del rostro, la mujer de cabellos rubios tiene un sueño erótic. En primer plano, sobre una mesita de madera con motivos florales en la tapa, hay un cáliz y un collar de perlas roto han de interpretarse como alegorías. En efecto, el collar roto que pasa por debajo de la mujer morena, simbolizaría la falta cometida mientras que el cáliz es signo de arrepentimiento. Junto al cáliz, hay una botella azul y una jarra de cristal. Al fondo, a la derecha, hay un jarrón con flores, posible regalo de una de las amigas a la otra.
En La mujer del loro (1866), la cabellera desparramada sobre el lecho, la boca entreabierta y los dedos separados que picotea un loro agresivo y voraz se convierten en una explícita invitación sexual. Pero el erotismo aumenta en La mujer en las olas (1866), cuyos pezones son sin duda los más carnales y atractivos de toda la historia de la pintura. En cuanto a las cabelleras, vemos aquí las cuatro versiones de Jo, la bella irlandesa (Joanna Hiffermann), cuyas manos juguetean con sus rizos pelirrojos. No lejos aparece su obra más recóndita: El origen del mundo, pintado para Kahil-Bey, un diplomático otomano, y redescubierto a mitad de los años cincuenta en un anticuario por Sylvia Bataille, entonces esposa del psicoanalista Jacques Lacan (según otros testimonios sería Lacan mismo quien la compró: sobre ello, el libro de Thierry Sabatier L’origine du monde, París, 2006, es espléndido y apasionante). Este sexo femenino es hoy ya un icono de la libertad en materia sexual pintada y ha inspirado a múltiples artistas, de Picasso a Duchamp hasta los más jóvenes. Es otra delicia de la exposición, una de las obras maestras del arte del desnudo, escondido durante muchos años por el puritanismo de la época. Hoy ya cuelga del Museo de Orsay, tranquilamente, para mayor gloria de un pintor libertario y vital, y que jamás renegó de sus principios.eros, Deimo y Fobo, y Harmonía. 

 

LOS SUEÑOS DE COURBET

En Mujer en las olas, Courbet evoca el mito de Venus nacida del mar, pero astutamente subvierte la figura de la pose, que deriva de las convenciones académicas,...


´La mujer en las olas´, de Gustavo Courbet (1868).
 

SALOME EN LAS ARTES

Según se relata en el Nuevo Testamento (Mt. 14,6-12 y Mc. 6,21-28), fue hija de Herodías, la mujer de Herodes Filipo, que se casó de manera escandalosa con el hermanastro de éste, Herodes Antipa.  La actitud de Herodes Antipas y Herodías fue muy criticada por el pueblo, ya que se consideró pecaminosa, y uno de los que más sobresalieron en su denuncia fue Juan el Bautista,  razón por la cual Herodes lo hizo apresar, aunque no se atrevió a ejecutarlo por miedo a provocar la ira popular. Según la tradición, Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro, el cual, entusiasmado, le ofreció a concederle el premio que ella deseara. Pidió, siguiendo las instrucciones de su madre, la cabeza del Bautista, que le fue entregada «en bandeja de plata».
Dos versiones de Salomé con la cabeza de Juan el Bautos debidoas a los pinceles
de Bernardino Luini pintada hacia 1500  y Cranach de 1530.



  Benozzo Gozzoli. Danza de Salomé y decapitación del Bautista (Washington, National Gallery). 1461-1462.

Pocas figuras han tenido en la historia del arte tanto éxito como Salomé, o Herodías, dado que a menudo se las ha confundido: su prestigio se remonta en el arte pictórico a Memling, Cranach, Tiziano o Tiépolo; pero su esplendor arranca sobre todo de mediados del siglo XIX.  Pese a sus vanguardias y a la relegación del tema, de la trama, como objeto central del cuadro, el siglo XX ha seguido sintiéndose atraído por la hermosa cortadora de cabezas: Sonia Delaunay, Julius Minger y Francis Picabia en pintura, Guillaume Apollinaire y Jean Cocteau en poesía, Richard Strauss o Leonard Bernstein en música -por citar sólo algunos nombres de cada una de esas artes- han puesto otras luces, otras metáforas y otros sonidos a una Salomé a la que Oscar Wilde prestó, en su tragedia, una carga hasta entonces insospechada de erotismo, de turbios y equívocos deseos que, sólo pocos años más tarde, Sigmund Freud analizaría.

Caravaggio. Salomé con la cabeza del Bautista (Londres, National Gallery).  1607. 
En esta pintura de Caravaggio vemos, tratado con crudo realismo, el momento en que el verdugo deposita la cabeza de San Juan en la bandeja que porta Salomé. 

En la Biblia, Salomé pedía la muerte de Juan por instigación de su madre Herodias, a la que Juan reprochaba convivir con Herodes a pesar de estar casada con Filipo, hermano de Herodes. En la obra de Wilde, en cambio, Salomé está enamorada (obsesivamente incluso) de Jokanaan (Juan), quien rechaza su amor. La petición de que sea decapitado se produce, pues, por despecho. Tras la muerte, en una combinación de eros y thanatos muy propia de la época (ya antes, un soldado sirio, enamorado de Salomé se ha suicidado), Salomé besa los labios de la cabeza cortada de Jokanaan. Herodes, enamorado a su vez de Salomé, ordena matarla.Salomé es la mujer ambigua, cruel y hermosa, destructiva y perfecta, que en  suma sería la representación más sublime y decadente de la alta belleza.  Como la Quimera o la Esfinge, representa la atracción por lo desnocido hermoso, el tirón y el placer por lo prohibido y,  se nos muestra como hembras lascivas, lujuriosas y satánicas, ayudadas por su fragante juventud.
 

http://www.esacademic.com/pictures/eswiki/78/Nunes_Vais%2C_Mario_%281856-1932%29_-_Lyda_Borelli_in_costume_da_Salom%C3%A9.jpg





 beardsley1.jpg

Salomé: The Peacock Skirt by Aubrey Beardsley (1893).

                         

SALOME EN LAS ARTES

Según se relata en el Nuevo Testamento (Mt. 14,6-12 y Mc. 6,21-28), fue hija de Herodías, la mujer de Herodes Filipo, que se casó de manera escandalosa con el hermanastro de éste, Herodes Antipa.  La actitud de Herodes Antipas y Herodías fue muy criticada por el pueblo, ya que se consideró pecaminosa, y uno de los que más sobresalieron en su denuncia fue Juan el Bautista,  razón por la cual Herodes lo hizo apresar, aunque no se atrevió a ejecutarlo por miedo a provocar la ira popular. Según la tradición, Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro, el cual, entusiasmado, le ofreció a concederle el premio que ella deseara. Pidió, siguiendo las instrucciones de su madre, la cabeza del Bautista, que le fue entregada «en bandeja de plata».
Dos versiones de Salomé con la cabeza de Juan el Bautos debidoas a los pinceles
de Bernardino Luini pintada hacia 1500  y Cranach de 1530.



  Benozzo Gozzoli. Danza de Salomé y decapitación del Bautista (Washington, National Gallery). 1461-1462.

Pocas figuras han tenido en la historia del arte tanto éxito como Salomé, o Herodías, dado que a menudo se las ha confundido: su prestigio se remonta en el arte pictórico a Memling, Cranach, Tiziano o Tiépolo; pero su esplendor arranca sobre todo de mediados del siglo XIX.  Pese a sus vanguardias y a la relegación del tema, de la trama, como objeto central del cuadro, el siglo XX ha seguido sintiéndose atraído por la hermosa cortadora de cabezas: Sonia Delaunay, Julius Minger y Francis Picabia en pintura, Guillaume Apollinaire y Jean Cocteau en poesía, Richard Strauss o Leonard Bernstein en música -por citar sólo algunos nombres de cada una de esas artes- han puesto otras luces, otras metáforas y otros sonidos a una Salomé a la que Oscar Wilde prestó, en su tragedia, una carga hasta entonces insospechada de erotismo, de turbios y equívocos deseos que, sólo pocos años más tarde, Sigmund Freud analizaría.

Caravaggio. Salomé con la cabeza del Bautista (Londres, National Gallery).  1607. 
En esta pintura de Caravaggio vemos, tratado con crudo realismo, el momento en que el verdugo deposita la cabeza de San Juan en la bandeja que porta Salomé. 

En la Biblia, Salomé pedía la muerte de Juan por instigación de su madre Herodias, a la que Juan reprochaba convivir con Herodes a pesar de estar casada con Filipo, hermano de Herodes. En la obra de Wilde, en cambio, Salomé está enamorada (obsesivamente incluso) de Jokanaan (Juan), quien rechaza su amor. La petición de que sea decapitado se produce, pues, por despecho. Tras la muerte, en una combinación de eros y thanatos muy propia de la época (ya antes, un soldado sirio, enamorado de Salomé se ha suicidado), Salomé besa los labios de la cabeza cortada de Jokanaan. Herodes, enamorado a su vez de Salomé, ordena matarla.Salomé es la mujer ambigua, cruel y hermosa, destructiva y perfecta, que en  suma sería la representación más sublime y decadente de la alta belleza.  Como la Quimera o la Esfinge, representa la atracción por lo desnocido hermoso, el tirón y el placer por lo prohibido y,  se nos muestra como hembras lascivas, lujuriosas y satánicas, ayudadas por su fragante juventud.
 

http://www.esacademic.com/pictures/eswiki/78/Nunes_Vais%2C_Mario_%281856-1932%29_-_Lyda_Borelli_in_costume_da_Salom%C3%A9.jpg





 beardsley1.jpg

Salomé: The Peacock Skirt by Aubrey Beardsley (1893).

                         

SALOME EN LAS ARTES

Según se relata en el Nuevo Testamento (Mt. 14,6-12 y Mc. 6,21-28), fue hija de Herodías, la mujer de Herodes Filipo, que se casó de manera escandalosa con el hermanastro de éste, Herodes Antipa.  La actitud de Herodes Antipas y Herodías fue muy criticada por el pueblo, ya que se consideró pecaminosa, y uno de los que más sobresalieron en su denuncia fue Juan el Bautista,  razón por la cual Herodes lo hizo apresar, aunque no se atrevió a ejecutarlo por miedo a provocar la ira popular. Según la tradición, Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro, el cual, entusiasmado, le ofreció a concederle el premio que ella deseara. Pidió, siguiendo las instrucciones de su madre, la cabeza del Bautista, que le fue entregada «en bandeja de plata».
Dos versiones de Salomé con la cabeza de Juan el Bautos debidoas a los pinceles
de Bernardino Luini pintada hacia 1500  y Cranach de 1530.

SALOME: EROS Y THANATOS

Celeste, voy a contarte una historia pero antes hagamos un alto, pongamos música de Strauss, una opera escrita en 1905. Sobre el fondo una historia bíblica que habla de Salomé y San Juan Bautista se centra en un fuerte duelo entre la liberación sexual de la princesa y la integridad del profeta en la corte de Herodes y su mujer, ex esposa de su hermano y madre de Salomé. Según la tradición, Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro, el cual, entusiasmado, se ofreció a concederle el premio que ella deseara. Pidió, siguiendo las instrucciones de su madre, la cabeza del Bautista, que le fue entregada «en bandeja de plata».

Archivo:Titian-salome.jpg

Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, por Tiziano, hacia 1515. Galleria Doria Pamphili, Roma.


El personaje y la historia de Salomé son fascinantes son muchos los que han soñado e imaginado a la princesa de Judea y la han retrado como Gustave Moreau, el ya mencionado Tiziano, Beltrán Masses o, Henri Regnault entre otros.  
El personaje también ha fascinado a los escritores y a los músicos. Así, el cuento Herodías, de Gustave Flaubert, inspiró una ópera de Jules Massenet. Por su parte, la famosa obra teatral de Oscar Wilde ilumina otros rincones de esta historia. Aubrey Beardsley ilustró ese texto del irlandés, que luego ingresó en el repertorio operístico gracias a la adaptación de Richard Strauss.
Mallarmé obvia a la princesa de Judea cuando aparece su madre Herodías antes de que la cabeza de San Juan se ponga a cantar mientras cae, separada de su cuerpo, por intermediación del verdugo. 

Dos versiones de Salomé. Gustave Moreau.
 
En esa época, con una visión más literaria que pict´rica, Gustave Moreau pinta algunas danzas de Salomé: carnosa y pálida, de una blancura que contrasta con la penumbra del enjoyado palacio, la muchacha desafía a los atletas y eunucos que la cercan para animar al cráneo del santo, que despide una aureola de rayos y empieza a flotar en el aire del milagro.  El origen de la Salomé de Moreau no es la cortesana digna y elegante de las pinturas renacentistas; su origen es la Salambo de Flaubert, que a su vez comenzó con Herodias,  su versión de la leyenda de Salomé bajo la influencia de los cuadros de Moreau.
Prodigio o canto, San Juan es la personificación de esa síntesis que reúne lo sagrado y lo extraordinario con el arte. Una cabeza cortada puede cantar o remedar el baile de Salomé, flotando en la atmósfera densa y viciosa del palacio tetrarcal, con la sola protección de su aureola.
Pareciera que la voz se vuelve poética cuando se desembaraza del cuerpo, cuando es pura cabeza, lugar capital, capitulación y capítulo.
San Juan es el emblema de la poesía pura del simbolismo: un santo cuyo milagro consiste, precisamente, en renacer como poema, tras ser deshecho por el martirio. Poesía pura, desentendida de la experiencia, de la memoria, de la historia, del tiempo: eternidad instantánea de una cabeza que rueda por el patíbulo y que detiene al universo para decir la bella palabra.
¿Quién es el santo aquí? Quiero decir, aparte del evidente Juan el Bautista, que ha tenido el privilegio incomparable y único de poner nombre al Dios Vivo, al ser anónimo por experiencia, de acotar en una palabra al sujeto infinito, ¿es santa, también, la principesca bailarina que incita a Herodes para que ordene el degüello?

Dos versiones de Salomé de Pierre Bonnaud y Lowis Corinht

Tal vez, Salomé esté esperando una circunstancia simétrica para constituirse, ella también, en mártir. No es el poema puro, la depurada palabra que surge de una cabeza sin historia, sino la pureza del cuerpo que se descorporiza en la danza.
Oscar Wilde aguza un poco más la fábula. Salomé, harta de solicitaciones seniles y un tanto incestuosas, sale a la terraza y se enamora de una voz. Es una voz sin cuerpo, que lanza anatemas contra su distinguida y cachonda familia (la de ella, claro está). De algún modo, Salomé se enamora de algo que está concibiendo más allá de su consciencia: separar la cabeza que emite aquella voz del cuerpo que la sostiene.
Cuando Juan el Bautista es izado desde la cisterna donde lo tienen prisionero, la princesa puede verlo en su indefensa blancura. Es, seguramente, un pastor endeble y mal comido, de una febril consunción, algo guarrete y piojoso. Duerme en los establos, apegado al estiércol y a los grasientos vellones de sus ovejas. Es un tema que no huele nada bien.
Salomé lo sigue amando. Despechada, insultada, pasa del denuesto para instalarse en el núcleo de su deseo. Ahora sabe que ama al Juan el Bautista, que lo ama muerto, que ama su cabeza casposa separada de su cuerpo, sobre una bandeja de sangre, acaso para ungirla de perfumes cortesanos. Lo ama mudo, definitivamente cosa, como para que no se escape por los pasillos inciertos de la vida.
Salomé con la cabeza del Bautista. Lucien Lévy-Dhurmer

 Wilde dirá, alguna vez, que siempre matamos aquello que amamos. Lo matamos de amor o lo matamos para poder amarlo, para que se petrifique en el bello momento de la fascinación, sin la blandura dubitante de lo vivo.
Cernuda matizará: amar hasta llegar donde habite el olvido, donde el ser amado carezca ya de identidad, borrado por las defensas de la memoria negativa, que aniquila toda imagen. El no lugar donde habita el olvido.
Salomé muere enseguida, degollada como su amado Juan el Bautista. Ella también se convierte en una muda cabeza. Lo último que ha sabido de la vida es, precisamente, eso: a qué sabe. Es un sabor amargo, el que anuncia que vivimos para olvidar y morir.
Como vemos, los grandes temas de la pasión humana están presentes en la historia. Eos y Thánatos, juntos como siempre.
Mirando el presente Salomé es el reflejo moral de los tiempos futuros: vicios y lujos de alquiler; de personajes decadentes, degenerados y ego-erotomániacos. Nuestro personaje es una transgresora como los tiempos de hoy. Su ferza vital está en la naturaleza íntima de su Eros, que como cualquier energía tiene sus altibajos, cambia su forma y sus objetos.
La figura de Salomé sale bien parada a pesar de estar en el ojo del huracán. Es quizá la fuerza del nombre, que a pesar de todo ofrece salvación, como en la ópera de Strauss. .



SALOME: EROS Y THANATOS

Celeste, voy a contarte una historia pero antes hagamos un alto, pongamos música de Strauss, una opera escrita en 1905. Sobre el fondo una historia bíblica que habla de Salomé y San Juan Bautista se centra en un fuerte duelo entre la liberación sexual de la princesa y la integridad del profeta en la corte de Herodes y su mujer, ex esposa de su hermano y madre de Salomé. Según la tradición, Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro, el cual, entusiasmado, se ofreció a concederle el premio que ella deseara. Pidió, siguiendo las instrucciones de su madre, la cabeza del Bautista, que le fue entregada «en bandeja de plata».

Archivo:Titian-salome.jpg

Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, por Tiziano, hacia 1515. Galleria Doria Pamphili, Roma.


El personaje y la historia de Salomé son fascinantes son muchos los que han soñado e imaginado a la princesa de Judea y la han retrado como Gustave Moreau, el ya mencionado Tiziano, Beltrán Masses o, Henri Regnault entre otros.  
El personaje también ha fascinado a los escritores y a los músicos. Así, el cuento Herodías, de Gustave Flaubert, inspiró una ópera de Jules Massenet. Por su parte, la famosa obra teatral de Oscar Wilde ilumina otros rincones de esta historia. Aubrey Beardsley ilustró ese texto del irlandés, que luego ingresó en el repertorio operístico gracias a la adaptación de Richard Strauss.
Mallarmé obvia a la princesa de Judea cuando aparece su madre Herodías antes de que la cabeza de San Juan se ponga a cantar mientras cae, separada de su cuerpo, por intermediación del verdugo. 

Dos versiones de Salomé. Gustave Moreau.
 
En esa época, con una visión más literaria que pict´rica, Gustave Moreau pinta algunas danzas de Salomé: carnosa y pálida, de una blancura que contrasta con la penumbra del enjoyado palacio, la muchacha desafía a los atletas y eunucos que la cercan para animar al cráneo del santo, que despide una aureola de rayos y empieza a flotar en el aire del milagro.  El origen de la Salomé de Moreau no es la cortesana digna y elegante de las pinturas renacentistas; su origen es la Salambo de Flaubert, que a su vez comenzó con Herodias,  su versión de la leyenda de Salomé bajo la influencia de los cuadros de Moreau.
Prodigio o canto, San Juan es la personificación de esa síntesis que reúne lo sagrado y lo extraordinario con el arte. Una cabeza cortada puede cantar o remedar el baile de Salomé, flotando en la atmósfera densa y viciosa del palacio tetrarcal, con la sola protección de su aureola.
Pareciera que la voz se vuelve poética cuando se desembaraza del cuerpo, cuando es pura cabeza, lugar capital, capitulación y capítulo.
San Juan es el emblema de la poesía pura del simbolismo: un santo cuyo milagro consiste, precisamente, en renacer como poema, tras ser deshecho por el martirio. Poesía pura, desentendida de la experiencia, de la memoria, de la historia, del tiempo: eternidad instantánea de una cabeza que rueda por el patíbulo y que detiene al universo para decir la bella palabra.
¿Quién es el santo aquí? Quiero decir, aparte del evidente Juan el Bautista, que ha tenido el privilegio incomparable y único de poner nombre al Dios Vivo, al ser anónimo por experiencia, de acotar en una palabra al sujeto infinito, ¿es santa, también, la principesca bailarina que incita a Herodes para que ordene el degüello?

Dos versiones de Salomé de Pierre Bonnaud y Lowis Corinht

Tal vez, Salomé esté esperando una circunstancia simétrica para constituirse, ella también, en mártir. No es el poema puro, la depurada palabra que surge de una cabeza sin historia, sino la pureza del cuerpo que se descorporiza en la danza.
Oscar Wilde aguza un poco más la fábula. Salomé, harta de solicitaciones seniles y un tanto incestuosas, sale a la terraza y se enamora de una voz. Es una voz sin cuerpo, que lanza anatemas contra su distinguida y cachonda familia (la de ella, claro está). De algún modo, Salomé se enamora de algo que está concibiendo más allá de su consciencia: separar la cabeza que emite aquella voz del cuerpo que la sostiene.
Cuando Juan el Bautista es izado desde la cisterna donde lo tienen prisionero, la princesa puede verlo en su indefensa blancura. Es, seguramente, un pastor endeble y mal comido, de una febril consunción, algo guarrete y piojoso. Duerme en los establos, apegado al estiércol y a los grasientos vellones de sus ovejas. Es un tema que no huele nada bien.
Salomé lo sigue amando. Despechada, insultada, pasa del denuesto para instalarse en el núcleo de su deseo. Ahora sabe que ama al Juan el Bautista, que lo ama muerto, que ama su cabeza casposa separada de su cuerpo, sobre una bandeja de sangre, acaso para ungirla de perfumes cortesanos. Lo ama mudo, definitivamente cosa, como para que no se escape por los pasillos inciertos de la vida.
Salomé con la cabeza del Bautista. Lucien Lévy-Dhurmer

 Wilde dirá, alguna vez, que siempre matamos aquello que amamos. Lo matamos de amor o lo matamos para poder amarlo, para que se petrifique en el bello momento de la fascinación, sin la blandura dubitante de lo vivo.
Cernuda matizará: amar hasta llegar donde habite el olvido, donde el ser amado carezca ya de identidad, borrado por las defensas de la memoria negativa, que aniquila toda imagen. El no lugar donde habita el olvido.
Salomé muere enseguida, degollada como su amado Juan el Bautista. Ella también se convierte en una muda cabeza. Lo último que ha sabido de la vida es, precisamente, eso: a qué sabe. Es un sabor amargo, el que anuncia que vivimos para olvidar y morir.
Como vemos, los grandes temas de la pasión humana están presentes en la historia. Eos y Thánatos, juntos como siempre.
Mirando el presente Salomé es el reflejo moral de los tiempos futuros: vicios y lujos de alquiler; de personajes decadentes, degenerados y ego-erotomániacos. Nuestro personaje es una transgresora como los tiempos de hoy. Su ferza vital está en la naturaleza íntima de su Eros, que como cualquier energía tiene sus altibajos, cambia su forma y sus objetos.
La figura de Salomé sale bien parada a pesar de estar en el ojo del huracán. Es quizá la fuerza del nombre, que a pesar de todo ofrece salvación, como en la ópera de Strauss. .



SALOME: EROS Y THANATOS

Celeste, voy a contarte una historia pero antes hagamos un alto, pongamos música de Strauss, una opera escrita en 1905. Sobre el fondo una historia bíblica que habla de Salomé y San Juan Bautista se centra en un fuerte duelo entre la liberación sexual de la princesa y la integridad del profeta en la corte de Herodes y su mujer, ex esposa de su hermano y madre de Salomé. Según la tradición, Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro, el cual, entusiasmado, se ofreció a concederle el premio que ella deseara. Pidió, siguiendo las instrucciones de su madre, la cabeza del Bautista, que le fue entregada «en bandeja de plata».

Archivo:Titian-salome.jpg

Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, por Tiziano, hacia 1515. Galleria Doria Pamphili, Roma.


El personaje y la historia de Salomé son fascinantes son muchos los que han soñado e imaginado a la princesa de Judea y la han retrado como Gustave Moreau, el ya mencionado Tiziano, Beltrán Masses o, Henri Regnault entre otros.  
El personaje también ha fascinado a los escritores y a los músicos. Así, el cuento Herodías, de Gustave Flaubert, inspiró una ópera de Jules Massenet. Por su parte, la famosa obra teatral de Oscar Wilde ilumina otros rincones de esta historia. Aubrey Beardsley ilustró ese texto del irlandés, que luego ingresó en el repertorio operístico gracias a la adaptación de Richard Strauss.
Mallarmé obvia a la princesa de Judea cuando aparece su madre Herodías antes de que la cabeza de San Juan se ponga a cantar mientras cae, separada de su cuerpo, por intermediación del verdugo. 

Dos versiones de Salomé. Gustave Moreau.
 
En esa época, con una visión más literaria que pict´rica, Gustave Moreau pinta algunas danzas de Salomé: carnosa y pálida, de una blancura que contrasta con la penumbra del enjoyado palacio, la muchacha desafía a los atletas y eunucos que la cercan para animar al cráneo del santo, que despide una aureola de rayos y empieza a flotar en el aire del milagro.  El origen de la Salomé de Moreau no es la cortesana digna y elegante de las pinturas renacentistas; su origen es la Salambo de Flaubert, que a su vez comenzó con Herodias,  su versión de la leyenda de Salomé bajo la influencia de los cuadros de Moreau.
Prodigio o canto, San Juan es la personificación de esa síntesis que reúne lo sagrado y lo extraordinario con el arte. Una cabeza cortada puede cantar o remedar el baile de Salomé, flotando en la atmósfera densa y viciosa del palacio tetrarcal, con la sola protección de su aureola.
Pareciera que la voz se vuelve poética cuando se desembaraza del cuerpo, cuando es pura cabeza, lugar capital, capitulación y capítulo.
San Juan es el emblema de la poesía pura del simbolismo: un santo cuyo milagro consiste, precisamente, en renacer como poema, tras ser deshecho por el martirio. Poesía pura, desentendida de la experiencia, de la memoria, de la historia, del tiempo: eternidad instantánea de una cabeza que rueda por el patíbulo y que detiene al universo para decir la bella palabra.
¿Quién es el santo aquí? Quiero decir, aparte del evidente Juan el Bautista, que ha tenido el privilegio incomparable y único de poner nombre al Dios Vivo, al ser anónimo por experiencia, de acotar en una palabra al sujeto infinito, ¿es santa, también, la principesca bailarina que incita a Herodes para que ordene el degüello?

Dos versiones de Salomé de Pierre Bonnaud y Lowis Corinht

Tal vez, Salomé esté esperando una circunstancia simétrica para constituirse, ella también, en mártir. No es el poema puro, la depurada palabra que surge de una cabeza sin historia, sino la pureza del cuerpo que se descorporiza en la danza.
Oscar Wilde aguza un poco más la fábula. Salomé, harta de solicitaciones seniles y un tanto incestuosas, sale a la terraza y se enamora de una voz. Es una voz sin cuerpo, que lanza anatemas contra su distinguida y cachonda familia (la de ella, claro está). De algún modo, Salomé se enamora de algo que está concibiendo más allá de su consciencia: separar la cabeza que emite aquella voz del cuerpo que la sostiene.
Cuando Juan el Bautista es izado desde la cisterna donde lo tienen prisionero, la princesa puede verlo en su indefensa blancura. Es, seguramente, un pastor endeble y mal comido, de una febril consunción, algo guarrete y piojoso. Duerme en los establos, apegado al estiércol y a los grasientos vellones de sus ovejas. Es un tema que no huele nada bien.
Salomé lo sigue amando. Despechada, insultada, pasa del denuesto para instalarse en el núcleo de su deseo. Ahora sabe que ama al Juan el Bautista, que lo ama muerto, que ama su cabeza casposa separada de su cuerpo, sobre una bandeja de sangre, acaso para ungirla de perfumes cortesanos. Lo ama mudo, definitivamente cosa, como para que no se escape por los pasillos inciertos de la vida.
Salomé con la cabeza del Bautista. Lucien Lévy-Dhurmer

 Wilde dirá, alguna vez, que siempre matamos aquello que amamos. Lo matamos de amor o lo matamos para poder amarlo, para que se petrifique en el bello momento de la fascinación, sin la blandura dubitante de lo vivo.
Cernuda matizará: amar hasta llegar donde habite el olvido, donde el ser amado carezca ya de identidad, borrado por las defensas de la memoria negativa, que aniquila toda imagen. El no lugar donde habita el olvido.
Salomé muere enseguida, degollada como su amado Juan el Bautista. Ella también se convierte en una muda cabeza. Lo último que ha sabido de la vida es, precisamente, eso: a qué sabe. Es un sabor amargo, el que anuncia que vivimos para olvidar y morir.
Como vemos, los grandes temas de la pasión humana están presentes en la historia. Eos y Thánatos, juntos como siempre.
Mirando el presente Salomé es el reflejo moral de los tiempos futuros: vicios y lujos de alquiler; de personajes decadentes, degenerados y ego-erotomániacos. Nuestro personaje es una transgresora como los tiempos de hoy. Su ferza vital está en la naturaleza íntima de su Eros, que como cualquier energía tiene sus altibajos, cambia su forma y sus objetos.
La figura de Salomé sale bien parada a pesar de estar en el ojo del huracán. Es quizá la fuerza del nombre, que a pesar de todo ofrece salvación, como en la ópera de Strauss. .



OTRAS OBRAS DE JEAN LEON GEROME

Fundamentado en las investigaciones historiográficas y catalogaciones de su obra realizadas en los últimos años, este proyecto pretende dar a conocer y analizar el arte de Gérôme desde un nuevo enfoque, no sólo como la obra de uno de los pintores más emblemáticos del academicismo francés, sino como la de uno de los grandes creadores de imágenes del siglo XIX, revisando el lugar que ocupa en la pintura francesa de la época. Bajo este nuevo prisma la exposición explorará el concepto teatralizado de su pintura de historia, su compleja relación con Oriente, el uso de la policromía en sus esculturas, la vinculación con las referencias arqueológicas, su combativa postura contra el anti-academicismo de finales del XIX o el singular destino americano de buena parte de su producción. En el catálogo se analizará también su particular gramática visual que le lleva a veces a la obsesión ilusionista, y su relación con las artes visuales, la estampa, la fotografía e incluso el cine, entonces incipiente.
Gérôme fue uno de los pintores más célebres de su época, aunque fue también objeto de críticas y polémicas a lo largo de toda su carrera. Su popularidad fue en buena medida fruto de su preocupación por la difusión de sus obras, que traspasó las fronteras de Francia y llegó incluso a los Estados Unidos donde, desde la década de 1870, fue uno de los artistas más admirados y coleccionados. Gérôme se familiarizó muy pronto con la nueva creación fotográfica y, como la mayoría de artistas del momento, recurrió a fotografías para componer algunos de sus cuadros y, sobre todo, aprendió a aprovechar este nuevo medio para “vender” su obra.
   Gran piscina de Brousse, 1885 
 



 


   Bethsabee, 1889 

Venta de esclavas en Roma

Interior griego. El gineceo


A petición de su marchante y editor, Adolphe Goupil -que más adelante se convertiría en su suegro-, desde 1859 Gérome
empezó a utilizar reproducciones fotográficas y estampas para divulgar sus trabajos y supo adaptar su obra a la política editorial llevada a cabo por Goupil, combinando hábilmente los temas anecdóticos que garantizaban su éxito popular con una composición pensada para su adaptación al formato más reducido del grabado o del revelado fotográfico. Aún con los
reproches por parte de la crítica artística del momento, Gérôme logra crear así imágenes impactantes que marcan la memoria del espectador. De perfecta factura, con una absoluta precisión del dibujo y maestría en el uso de los pigmentos, a pesar de la apariencia academicista en sus temas y composiciones, su obra mantiene con la modernidad una relación más compleja de lo que parece y es en este aspecto donde los análisis historiográficos más recientes se han centrado para la revaloración de su figura y de su arte. Convivían en él simultáneamente la ambición romántica de reproducir los temas de la Antigüedad clásica, de Oriente o de la historia de Francia, con el impulso racionalista de dar una información veraz, imponiendo incluso ese fin a la exigencia de que la escena fuera inteligible o infringiendo las reglas académicas. En este sentido, destaca el modo en que utiliza la imagen fotográfica para la elaboración de figuras, escenas o paisajes, su afán por ofrecer algo genuino y preciso, basándose rigurosamente en las investigaciones científicas y arqueológicas de su época, su novedosa concepción de la escenografía, adelantándose en el tiempo e inspirando directamente escenas de las grandes producciones cinematográficas de temática histórica, sobre todo las basadas en la Roma clásica de realizadores como Cecil B. DeMille o Mervyn LeRoy, entre otros muchos. Sin duda, la gran difusión de la
obra de Gérôme en Estados Unidos tuvo una gran incidencia en esta fuente de inspiración para el gran cine de Hollywood. Esta doble identidad de su obra, a la vez científica y popular, es lo que la hace tan valiosa hoy en día para los historiadores del arte y el público en general.

 Mercado de esclavos, 1867

Baño turco, mujer bañándose
 Baño turco. Dos mujeres

Phryné

Pygmalion y Galatea

Trabajando en mármol