LAS NINFAS DE DIANA

Posiblemente fue esta obra encargada por Felipe IV a Rubens para decorar alguna de las salas del Palacio del Buen Retiro de Madrid. Debido a los muchos encargos que tenía el maestro por esas fechas -1636/1640- contó con la colaboración de Jan Wildens para la elaboración del paisaje y Frans Snyders para los animales, demostrando la ingente labor del taller de Rubens en Amberes, uno de los más productivos de la historia. Como no puede ser de otra manera, Rubens tiene que imprimir una buena dosis de violencia a sus composiciones. Así, ha elegido el momento de uno de los múltiples ataques de los sátiros a un grupo de ninfas encabezado por Diana. Algunas de las ninfas huyen ante el acoso y otras luchan impotentes, mientras una de ellas ha cogido una lanza para defenderse. Los animales de primer plano sugieren que las ninfas acaban de llegar de una cacería. 


Los momentos de tensión los sabe representar el maestro como nadie, igual que se observa en el Rapto de Deidamia o en el Rapto de Proserpina, fundamentalmente por su atracción hacia los escorzos, las diagonales y el movimiento. Precisamente esas diagonales organizan la composición de la manera más barroca posible, con los faunos avanzando desde el fondo a los primeros planos. Resulta sorprendente el contraste entre los sátiros, con unos tonos de piel muy tostada por el sol, y las ninfas, con ese color perlado tan característico. Es éste un buen ejemplo del canon femenino que tan famoso ha hecho al pintor, hasta el punto de hablarse de belleza rubeniana: mujeres gruesas, rollizas, muy blancas, preferentemente rubias, que se suelen cubrir con gasas transparentes, siguiendo la Venus púdica clásica. La referencia a la Antigüedad viene también motivada por la similitud del lienzo con un relieve romano por su tamaño tan apaisado y las figuras tan volumétricas.

Las ninfas representan la fecundidad de la naturaleza; su ciclo vital está ligado a las plantas. Son jóvenes,  delicadas, graciosas y tímidas,  que viven siempre entre la vegetación y bailan con sus propios cantos, apareciendo con frecuencia en los cortejos dionisiacos.  Su acción se extiende por los ámbitos naturales, pero alejadas del bullicio de los hombre  y retiradas a la ensoñadora soledad de los bosques en cuyas grutas y hondonadas llevan una existencia  feliz y serena.

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