EL EROTISMO DE JEAN LEON GEROME

Gérôme, nacido en Vesoul el año 1824, es un clásico expositor del academicismo francés. Sus obras de trazos limpios, perfectos, que hacen gala de una enorme calidad técnica extasiaron a la burguesía y a la aristocracia parisina del siglo XIX, que veía el arte como una mera expresión de belleza y perfección al servicio de las necesidades de una clase, sin cuestionar o mostrar aspectos negativos de la sociedad, como la pobreza.
El baño del harem


En sus estudios realizados en la Academia Julián de Paris conoció y trabajó codo a codo con el pintor  realista Paul Delachoche (cuyo nombre real era Hippolyte Delaroche) a quien acompañó en su viaje a Italia, donde casualmente gana un premio por su pintura Gallos de pelea que le dio prestigio y popularidad. En la pintura, que denota un singular erotísmo, hay un joven apuesto y desnudo que azuza a los gallos en la pelea, mientras una mujer joven vestida con velos que transparentan su cuerpo desnudo lo observa complaciente. Ese simbolismo de los cuerpos desnudos y la pelea de gallos que sintetiza el deseo sexual, marcará su obra.

Pelea de gallos, 1847

En 1850 inició una serie de viajes por Turquía, Egipto y la rivera del Danubio -tierras que eran consideraras lejanas y exóticas por los europeos debido a sus costumbres y modos de vida- que incidieron en su temática pictórica, apareciendo imágenes que reflejan la cultura de esas tierras con manifiesto erotismo, representado en desnudos femeninos en posiciones que trasuntan el deseo sexual, siendo consideradas muchas de ellas como escandalosas por los críticos, el público y la iglesia, los mismos que habían aplaudido sus pinturas de perros, guerras o retratos de conspicuos personajes de la época.

 La encantadora de serpientes

Los óleos y esculturas, nos permiten conocer  su concepción teatralizada de la pintura de historia, en el realismo y el gusto por el detalle de sus trabajos de tema oriental, así como del uso de la policromía en su producción escultórica. En la obra que nos ocupa, de cuidada construcción escenográfica, se nos representa el juicio de Friné en una composición teatral que sigue el hieratismo de las grandes creaciones de David. Sin embargo, el gesto de pudor de la modelo, que oculta su mirada al espectador, nos sugiere una cercanía más propia de Ingres. Como es usual en las escenas neoclásicas de interiores que evocan la Antigüedad grecorromana, unas paredes desnudas de gran sobriedad sirven de marco al juicio en el que apenas hay más decoración que una escultura de Atenea en el centro mismo del areópago.
El lienzo presenta la singularidad de captar el momento en que Friné es desnudada ante los ojos de sus jueces: el cuerpo límpido de la cortesana señala la intersección de las dos masas cromáticas que configuran la armonía del cuadro: las rojas túnicas de los magistrados y el azulado peplo de Friné.

 Friné ante el aerópago, 1861


Gérôme se interesó muy pronto por las tres dimensiones, pero llegó tarde a la escultura, con cincuenta y cuatro años, habiendo hecho fortuna, con la seriedad y el fervor de un joven artista. Tras una muy temprana relación con escultores de renombre (Bartholdi, Fremiet), presenta en 1878 los Gladiadores, su primera escultura, monumento "arqueológico" sin concesiones, que reinterpreta el motivo del grupo central de Pollice verso.
Esta primera etapa de un juego de espejos continuo entre pintura y escultura hasta el final de su carrera, se enmarca en la estética del realismo académico, entonces dominante, y se limita a la monocromía de un material noble de la escultura, el bronce.
Fue a partir de 1890, con Tanagra, que Gérôme opera un trastorno radical en su trabajo, orientándose hacia el verdadero reto de su obra esculpida, la policromía. El color aplicado a la escultura moderna, imitado de la policromía de las esculturas de la Antigüedad, había generado duros debates, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX: Gérôme, curioso incansable, vio en ello la oportunidad de renovar la disciplina. Fue en la pintura de los mármoles que mostró todo de lo que era capaz, utilizando una pintura a la cera pigmentada que pensaba aproximarse a aquella de la Antigüedad.
Los impactantes simulacros ilusionistas de Gérôme turban de este modo la frontera entre policromía popular y científica y plantean sin rodeos, a partir del comienzo del siglo XX, la cuestión de los límites de la representación. Esta práctica atrevida y sin complejos, del color, el erotismo asumido de estos mármoles pintados, provocaron que estos "ídolos" modernos de Gérôme tuvieran críticas virulentas.




                               Corinto, antes de 1903. Yeso  pintado con elementos de cera coloreada sobre hilos metálicos

A finales de los años 1890, se dedica cada vez más a la escultura, presentando por otro lado con frecuencia estatuitas destinadas a la edición (Bonaparte entrando en el Cairo, Tamerlan). Era en una escultura que Gérôme trabajaba en el momento de su muerte, la más espectacular, Corinthe, su testamento artístico.

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