SALOME: EROS Y THANATOS

Celeste, voy a contarte una historia pero antes hagamos un alto, pongamos música de Strauss, una opera escrita en 1905. Sobre el fondo una historia bíblica que habla de Salomé y San Juan Bautista se centra en un fuerte duelo entre la liberación sexual de la princesa y la integridad del profeta en la corte de Herodes y su mujer, ex esposa de su hermano y madre de Salomé. Según la tradición, Salomé, mujer de gran belleza, bailó para su padrastro, el cual, entusiasmado, se ofreció a concederle el premio que ella deseara. Pidió, siguiendo las instrucciones de su madre, la cabeza del Bautista, que le fue entregada «en bandeja de plata».

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Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, por Tiziano, hacia 1515. Galleria Doria Pamphili, Roma.


El personaje y la historia de Salomé son fascinantes son muchos los que han soñado e imaginado a la princesa de Judea y la han retrado como Gustave Moreau, el ya mencionado Tiziano, Beltrán Masses o, Henri Regnault entre otros.  
El personaje también ha fascinado a los escritores y a los músicos. Así, el cuento Herodías, de Gustave Flaubert, inspiró una ópera de Jules Massenet. Por su parte, la famosa obra teatral de Oscar Wilde ilumina otros rincones de esta historia. Aubrey Beardsley ilustró ese texto del irlandés, que luego ingresó en el repertorio operístico gracias a la adaptación de Richard Strauss.
Mallarmé obvia a la princesa de Judea cuando aparece su madre Herodías antes de que la cabeza de San Juan se ponga a cantar mientras cae, separada de su cuerpo, por intermediación del verdugo. 

Dos versiones de Salomé. Gustave Moreau.
 
En esa época, con una visión más literaria que pict´rica, Gustave Moreau pinta algunas danzas de Salomé: carnosa y pálida, de una blancura que contrasta con la penumbra del enjoyado palacio, la muchacha desafía a los atletas y eunucos que la cercan para animar al cráneo del santo, que despide una aureola de rayos y empieza a flotar en el aire del milagro.  El origen de la Salomé de Moreau no es la cortesana digna y elegante de las pinturas renacentistas; su origen es la Salambo de Flaubert, que a su vez comenzó con Herodias,  su versión de la leyenda de Salomé bajo la influencia de los cuadros de Moreau.
Prodigio o canto, San Juan es la personificación de esa síntesis que reúne lo sagrado y lo extraordinario con el arte. Una cabeza cortada puede cantar o remedar el baile de Salomé, flotando en la atmósfera densa y viciosa del palacio tetrarcal, con la sola protección de su aureola.
Pareciera que la voz se vuelve poética cuando se desembaraza del cuerpo, cuando es pura cabeza, lugar capital, capitulación y capítulo.
San Juan es el emblema de la poesía pura del simbolismo: un santo cuyo milagro consiste, precisamente, en renacer como poema, tras ser deshecho por el martirio. Poesía pura, desentendida de la experiencia, de la memoria, de la historia, del tiempo: eternidad instantánea de una cabeza que rueda por el patíbulo y que detiene al universo para decir la bella palabra.
¿Quién es el santo aquí? Quiero decir, aparte del evidente Juan el Bautista, que ha tenido el privilegio incomparable y único de poner nombre al Dios Vivo, al ser anónimo por experiencia, de acotar en una palabra al sujeto infinito, ¿es santa, también, la principesca bailarina que incita a Herodes para que ordene el degüello?

Dos versiones de Salomé de Pierre Bonnaud y Lowis Corinht

Tal vez, Salomé esté esperando una circunstancia simétrica para constituirse, ella también, en mártir. No es el poema puro, la depurada palabra que surge de una cabeza sin historia, sino la pureza del cuerpo que se descorporiza en la danza.
Oscar Wilde aguza un poco más la fábula. Salomé, harta de solicitaciones seniles y un tanto incestuosas, sale a la terraza y se enamora de una voz. Es una voz sin cuerpo, que lanza anatemas contra su distinguida y cachonda familia (la de ella, claro está). De algún modo, Salomé se enamora de algo que está concibiendo más allá de su consciencia: separar la cabeza que emite aquella voz del cuerpo que la sostiene.
Cuando Juan el Bautista es izado desde la cisterna donde lo tienen prisionero, la princesa puede verlo en su indefensa blancura. Es, seguramente, un pastor endeble y mal comido, de una febril consunción, algo guarrete y piojoso. Duerme en los establos, apegado al estiércol y a los grasientos vellones de sus ovejas. Es un tema que no huele nada bien.
Salomé lo sigue amando. Despechada, insultada, pasa del denuesto para instalarse en el núcleo de su deseo. Ahora sabe que ama al Juan el Bautista, que lo ama muerto, que ama su cabeza casposa separada de su cuerpo, sobre una bandeja de sangre, acaso para ungirla de perfumes cortesanos. Lo ama mudo, definitivamente cosa, como para que no se escape por los pasillos inciertos de la vida.
Salomé con la cabeza del Bautista. Lucien Lévy-Dhurmer

 Wilde dirá, alguna vez, que siempre matamos aquello que amamos. Lo matamos de amor o lo matamos para poder amarlo, para que se petrifique en el bello momento de la fascinación, sin la blandura dubitante de lo vivo.
Cernuda matizará: amar hasta llegar donde habite el olvido, donde el ser amado carezca ya de identidad, borrado por las defensas de la memoria negativa, que aniquila toda imagen. El no lugar donde habita el olvido.
Salomé muere enseguida, degollada como su amado Juan el Bautista. Ella también se convierte en una muda cabeza. Lo último que ha sabido de la vida es, precisamente, eso: a qué sabe. Es un sabor amargo, el que anuncia que vivimos para olvidar y morir.
Como vemos, los grandes temas de la pasión humana están presentes en la historia. Eos y Thánatos, juntos como siempre.
Mirando el presente Salomé es el reflejo moral de los tiempos futuros: vicios y lujos de alquiler; de personajes decadentes, degenerados y ego-erotomániacos. Nuestro personaje es una transgresora como los tiempos de hoy. Su ferza vital está en la naturaleza íntima de su Eros, que como cualquier energía tiene sus altibajos, cambia su forma y sus objetos.
La figura de Salomé sale bien parada a pesar de estar en el ojo del huracán. Es quizá la fuerza del nombre, que a pesar de todo ofrece salvación, como en la ópera de Strauss. .



1 comentario:

  1. Una otgra bela história de amor....
    Me admiro porque nunca me hicistes una visita...
    Pero te sigo todos los días.
    Un saludo y un beso cariñoso por tus blogs y además de ser una mlinda mujer.
    Desde Brasil...

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